RESENHA NA “LANGOSTA LITERARIA”

6 de maio de 2023

https://langostaliteraria.com/biografia-de-un-raro/

Biografía de un raro 

Roberto Abad 

Rubén Darío (1867-1916), ese escritor nicaragüense, cosmopolita, que viajó a España, Brasil, Argentina, Chile, Francia y México, que se mantuvo en contacto con la política de su tiempo y no dejó de mirar al pasado; le debemos la intromisión del gótico a la literatura latinoamericana con la publicación de Los raros, en 1896. Pero también, y quizá por la apertura al diálogo con las corrientes externas, fue de los pioneros de la narrativa de lo insólito, lanzando claros guiños a Poe en relatos como “La larva” o “El caso de la señorita Amelia”.

De Darío se conoce principalmente su aportación como poeta; lo cierto es que al adentrarse apenas un poco a su vida, uno comprende lo compleja y diversa que fue su figura en el medio cultural de su época y las diferentes facetas que lo hicieron un autor prolífico y reconocido, no sólo en la literatura latinoamericana, sino también en materia de relaciones internacionales. De estos y otros claroscuros da cuenta Luís Cláudio Villafañe Gomes Santos, en Divino e infame. Las identidades de Rubén Darío (Taurus, 2023).

Nacido en Río de Janeiro, Villafañe ha sido embajador de Brasil en Nicaragua entre 2017 y 2022, y hoy es cónsul general de Brasil en Atlanta, Estados Unidos. Fue en el primer periodo en el que encontró motivación para escribir este libro; al rastrear a Darío en el panorama nicaragüense, se percató de que no existían biografías completas o actualizadas suyas. Saldar esa deuda parece la fuerza fundamental que lo llevó a la escritura, sin embargo, me da la impresión de que, además de los viajes de Darío a Brasil, existe en Villafañe una identificación con la etapa diplomática de éste, lo cual nos permite fijar un paralelismo entre ambos. La indagación, la pesquisa del hecho ínfimo que revela una grieta, el juego de la persecución documental, sólo me dan a entender que cuando uno construye al otro, se construye a sí mismo. 

Los pasajes de la infancia de Darío son ilustrativos y memorables por cómo muestran el despertar de la vocación de un autor precoz, casi niño, que comenzó a publicar poemas bajo el seudónimo de Bruno Erdia, a pesar de que su familia tenía pensada para él una carrera como sastre. Ya desde una edad temprana, Darío mostraba en sus versos una posición respecto a la razón como eje combatiente de la superstición y del fanatismo religioso; aunque, por otro lado, en los años venideros encontraría una fuente de inspiración en el mundo oscuro.

Aunque Villafañe se ciñe de la rigurosidad del biógrafo, que pocas veces presta su narrativa a florituras del lenguaje, hay momentos en los que su mirada, mediada por la curiosidad, denota la exactitud y la astucia con que merecen ser contadas las vidas ajenas: “El pequeño Rubén vivió una primera infancia feliz y relativamente desahogada en términos materiales. Fue educado dentro del catolicismo predominante, con asistencia regular a misa y oraciones diarias con la familia. Sin embargo, desde muy joven se dejó impresionar por las historias de fantasmas contadas por los empleados de la casa, Serapia y Goyo, y también le daba miedo la madre de Bernarda, una anciana enferma que completaba la familia”.

Un aspecto en el que se centra Villafañe es en las características ideológicas de Darío, que resultaban diversas y, en ciertos escenarios, difíciles de interpretar. De allí que se permita sugerir en el título una suerte de contraparte. Llama mi atención la cercanía de Darío con el ocultismo de entonces, al cual estudiaba y a su vez le permitía estar cerca de intelectuales y figuras de poder (definía a Papus o Gerard Encausse como “un buzo de lo desconocido”). Al respecto, Darío hablaba continuamente con Leopoldo Lugones y Patricio Piñeiro, en buena parte gracias a las ideas compartidas al interés por el más allá. Es clara la influencia en cuentos como “Thanathopia” (1893), “Cuento de Noche Buena” y “La pesadilla de Honorio”.  

Darío denunció en su momento las intervenciones estadounidenses. En tiempos previos a la Revolución mexicana, ese tipo de manifestaciones tenían una connotación antiporfiriana. Por eso, en su primera visita a México, a Darío llegaría a Veracruz, pero le impedirían llegar a la capital. Fue desconocido como diplomático, un gesto que desataría polémica en la prensa nacional. Aunque más adelante recibiría del gobierno de Díaz, acaso para menguar sus quejas, “una especie de beca de 500 francos mensuales, pagada por el consulado mexicano en París, para estudiar ‘cómo se hace la enseñanza literaria en los países de origen latino’» y escribiera “una obra como resultado de ese estudio” (p. 290).

Además de un libro de contrastes, Divino e infame es también una caja de curiosidades, algunas de ellas funestas. Cuando murió Darío, su cuerpo fue desmembrado y repartido entre varias personas. Tras realizarle la autopsia, “le extirparon hígado, corazón, pulmones, riñones y otras vísceras. Temprano en la mañana, el doctor Luis Debayle cortó el cráneo del fallecido para extraerle el cerebro” (…) “A excepción del corazón y el cerebro, las entrañas fueron enterradas discretamente en el cementerio de Guadalupe en León, en una fosa adyacente a la tumba de mamá Bernarda”. Y para rematar: “Debayle guardó el corazón en un recipiente de formalina. La extracción del cerebro fue presenciada por Andrés Murillo, y luego de que el médico retiró el órgano, el hermano de Rosario lo tomó y se lo llevó abruptamente: reclamaba la posesión del cerebro de su cuñado para la familia. Debayle también lo quería para sí como objeto de estudio para confirmar la tesis entonces vigente de que la genialidad dependía del tamaño de la masa cerebral y de las características del órgano”. Tal parece que nada complace a la realidad; necesita de lo extraño.

RESENHA DE GUILLERMO ROTHSCHUH VILLANUEVA EN CONFIDENCIAL.DIGITAL

https://www.confidencial.digital/opinion/el-divino-e-infame-ruben-dario/

El divino e infame Rubén Darío

Contrario a lo que dicen ciertos despistados, Rubén Darío sigue siendo muy siglo diecinueve, muy siglo veinte y muy siglo veintiuno,

 GUILLERMO ROTHSCHUH VILLANUEVA 26 febrero, 2023

“Me perturbó conocer esa dualidad en Darío. El título
encaja perfectamente con la sensación que te deja la lectura.
¿Se redime el Darío infame con su escritura divina?”
Marilyn Pennington

Cada cierto tiempo arriban a Nicaragua, diplomáticos con evidentes inclinaciones literarias, es el caso de Luis Cláudio Villafañe G. Santos, embajador de Brasil en nuestro país (2017-2022). Además de cumplir con sus delicadas funciones, dedicó buena parte de su estadía a legarnos una biografía sobre nuestro paisano inevitable, don Rubén Darío. Exalta su trascendencia como forjador de la identidad latinoamericana. La fluidez de la prosa vuelve amena la lectura. Decidido a llenar vacíos; y comprometido como estaba a ratificar sus cualidades de historiador, incorpora en su investigación, la bibliografía dariana escrita durante las últimas décadas. Con su decisión sienta un hermoso precedente. Una invitación a los estudiosos darianos, tendrán que permanecer atentos a las nuevas valoraciones sobre su vida y obra.

Se pega a la orilla de Rubén, sigue sus pasos y ata cabos sueltos. Divino e infame, Las identidades de Rubén Darío, (Penguin Random House, primera edición, enero 2023), nombra a su biografía, tomando prestado el título de la dura reprimenda del poeta venezolano, Rufino Blanco Fombona, cuestionando la intervención de nuestro bardo mayor, durante la III Conferencia Panamericana, (Brasil, 1906). Darío leyó su Salutación al Águila. Un poema con el que entraba en contradicción con sus propios predicados. Un traspiés imperdonable para quien era considerado como abanderado mayor de lo antiestadounidense. Ante su conducta contradictoria, igual recriminación recibió del colombiano, José María Vargas Vila. El único que apreció su posición de manera distinta fue Francisco Contreras, dijo que se trataba de “error de un instante”.

Villafañe G. Santos derriba mitos que pululan acerca de las andanzas de Rubén. Al hacerlo trastabilla, incurre en equívocos y adjetivaciones impropias de la grandeza de esta biografía, que tanta falta nos hacía. Era indispensable demoler a un Darío, para cuya gigantesca estatura, gobiernos de distinto signo ideológico, elaboraron un lecho de Procusto. Tan grande es su presencia universal, que terminaron obsesionados por ponerle de su lado, confeccionando un traje a su medida. Atenazado a un corsé, nuestra más grande gloria nacional, navega al vaivén de sus intereses políticos. El culto a su memoria convertido en un evento intrascendente; totalmente fatuo. Promocionan a un Rubén carente de contenido y falto de análisis sistemáticos en escuelas y universidades. Un Darío ensombrecido. Distante de sus glorias literarias.

El ejercicio lo comprometía a preguntarse, ¿Cuándo Darío era sincero en sus elogios? La dualidad mostrada de cara al escenario sobre figuras políticas y las valoraciones negativas vertidas en la correspondencia privada, debieron alertarle. El nicaragüense se creía merecedor de atención especial de parte de gobiernos y amistades. Deja sentada su concepción sobre la forma como estos deberían tratar a los poetas. “Para un artista, un trabajo público debe ser, ante todo una sinecura; que no deber esperar que el poeta produzca a cambio algo más que poesía”. El presidente Teddy Roosevelt, había salido en ayuda del poeta Edwin Arlington Robinson. Ante sus dificultades económicas, el mandatario estadounidense le hizo saber que le había otorgado un puesto en la aduana que no estaba llamado a cumplir. Un apoyo recibido por su carácter de escritor.

Siguiendo la tradición, Darío anduvo en búsqueda permanente de mecenas. Solicitaba empleo, empleos que aborrecía ejercer. Mario Vargas Llosa recuerda que él, para poder escribir, tuvo que levantar un listado de muertos en el cementerio de Lima y de servir como secretario del Club Rotario. Con justicia clama: “El escritor en nuestras tierras ha debido desdoblarse, separar su vocación de su acción diaria, multiplicarse en mil oficios que lo privaban del tiempo necesario para escribir y que a menudo repugnaban a su conciencia y a sus convicciones”, (el subrayado es mío). Igual pasó con Rubén. Mario debe a Carmen Balcells haberle librado de trabas e impedimentos, para dedicarse de tiempo completo a la literatura. Darío ilusionaba contar con recursos que le permitieran atesorar el tiempo, para pergeñar su dilatada y celebrada obra literaria.

Un escritor informado como Luis Cláudio Villafañe G Santos, debió tener presente la dedicatoria de Nicolás Maquiavelo en El Príncipe (1522), su obra más reconocida. Antonio Gramsci propone una lectura inversa a la que hasta entonces había estado sometido. El sardo plantea la discordancia existente entre la dedicatoria a Lorenzo de Medicis, miembro de una poderosa familia de papas y banqueros — quería ser favorecido por su mecenazgo— y la manera cómo deberíamos apropiarnos de sus máximas. Claves de lectura totalmente distintas. Gramsci había llegado a la conclusión que el florentino escribió El Príncipe, con la intención que las clases subalternas —una categoría gramsciana— contaran con un texto que les sirviera para confrontar de forma exitosa a los poderosos. Maquiavelo no tenía otra pretensión.

¿Villafañe G. Santos, saca conclusiones erróneas o efectúa una lectura prejuiciada, con la intención que calcen con sus conclusiones? Para evidenciar las contradicciones de Darío con relación a sus posiciones antiimperialistas, transcribe un párrafo donde resume sus impresiones en el pabellón de Estados Unidos, durante la Exposición Universal, celebrada en París en 1900. Al inicio Rubén hace el elogio de sus poetas y pintores, después alude el prodigioso desarrollo técnico e industrial experimentado por el coloso del norte. Su apreciación no es agridulce como afirma Villafañe G. Santos. El nicaragüense asume una postura coherente. No hace concesiones ni trata de congraciarse con los estadounidenses. No libra un cheque en blanco. Subraya que entre millones de:

Calibanes nacen los más maravillosos Arieles. Su lengua ha evolucionado rápida y vigorosamente, y los escritores yanquis se parecen menos a los ingleses que los hispanoamericanos a los españoles, tienen ‘carácter’, tienen el valor de su energía, y como todo lo basan en un cimiento de oro, consiguen todo lo que desean. No son simpáticos como nación, sus enormes ciudades de cíclopes abruman; no es fácil amarles, pero es imposible no admirarles.”

¿Acaso esta no era una realidad palpable en toda su extensión? Ocultarla hubiera desmerecido de Darío. Los cuestionamientos del ocultamiento de rasgos relacionados con su alcoholismo, posicionan a Villafañe G. Santos, en el otro extremo. Como su pretensión es desmitificar y perfilar las identidades de Rubén, cada vez que puede, mete el acelerador, para demostrar lo lejos que estaba de ser perfecto. Darío era un borracho, enfermedad “matizada e incluso escondida en biografías que pretendían retratarlo como un modelo”. En Nicaragua todos estamos enterados de esta inclinación perversa de la personalidad de Darío. Sergio Ramírez la exhibe con todas sus letras, en su novela merecedora del Premio Alfaguara 1998. En Margarita está linda la mar, Rubén aparece igualmente incapacitado para realizar el acto sexual. Es un eunuco.

Si otros ocultan su alcoholismo, el nuevo biógrafo se muestra insaciable. En Mundial y Elegancias se cuelga sobre el tema. En Brasil “el poeta se emborrachó hasta perder el conocimiento”; en Uruguay “al conocer la inestabilidad del poeta y el estado de salud agravado por el alcoholismo, la revista le contrató un secretario”“El alcoholismo, lejos de resolverse, se agravó”. En Mallorca, “Abandonó la abstinencia o incluso la moderación alcohólica. En visita, “al pintor Anglada Camarasa en Pollença… precipitó en una crisis alcohólica que duró más de 15 días…huía para beber en bares populares y deambular borracho por la isla”“Las crisis alcohólicas desencadenaban crisis de misticismo y alucinaciones”, “siguió emborrachándose”. “Pasó el resto de la noche vagando borracho y sin rumbo y terminó en un hospital”. No obstante, las críticas, Darío encontró tiempo suficiente para escribir una obra imperecedera.

A sabiendas que tiene dudas, no acabo de entender sus insinuaciones sobre la presunta homosexualidad de Darío. Un tema controversial. Suelta la bomba. “Si no disfrutaba de la compañía intelectual de las mujeres con las que convivía, Rubén Darío tenía grandes, largas y dedicadas amistades masculinas”. Incluye exprofeso la afirmación de Blas Otero, autor de una biografía sobre Rubén. “La sensibilidad modernista era manflorita y maricona, al margen de las costumbres sexuales de cada escritor”. La Universidad de Arizona adquirió unos documentos, entre los que supuestamente se encontraban cartas de amor de Darío a Amado Nervo. Ante la violenta reacción de darianos nicaragüenses e internacionales, “los documentos ahora son considerados falsos.”  ¡No es que lo sean! Es que por arte de magia dejaron de serlo. Un milagroso acto de prestidigitación.

El autor sobre de esta magnífica biografía sobre Darío, regatea y adjetiviza a la hora de juzgar la posibilidad que le otorguen el Nobel de Literatura. El 23 de febrero de 1907, Rubén publicó, “La Sociedad de Escritores de Buenos Aires, acoge su creación y arriesgó una iniciativa que puede revelar sus propias ambiciones, apunta el brasileño, (el subrayado es mío). ¿Alberga dudas que Rubén Darío no era merecedor de esta distinción? Decenas de escritores han criticado a la Real Academia de las Ciencias de Suecia, por no habérselo conferido. Jorge Luis Borges —otro injustamente olvidado— afirma: “todo lo renovó Darío: la métrica, el vocabulario, la magia peculiar de ciertas palabras, la sensibilidad del poeta y de sus lectores. Su labor no ha cesado ni cesará. Quienes lo combatimos comprendemos hoy que lo continuamos. Lo podemos llamar libertador”. Eso dice Borges, ¿quieren más?

La indagación de Villafañe G. Santos, una vasta y erudita mirada, un acercamiento en “close up”, sobre las idas y venidas de Rubén Darío, por este mundo de alegrías e infortunios. Los nicaragüenses, más que nadie, estamos llamados a leerla con fruición. Una biografía completa, redonda como la tierra o una pelota de futbol. El hecho que resaltara ciertos aspectos que me lucen exagerados y que el brasileño utilice adjetivos inadecuados, no implica que no haya apreciado su laborioso recorrido por las entrañas de Darío, poeta insigne. Mi padre insistía en decirme, es lo más grande que tenemos, debemos ir a él una y otra vez, para extraerle el jugo a su raíz. Empaparnos en su creación y revestirnos de orgullo. Contrario a lo que dicen ciertos despistados, Rubén Darío sigue siendo muy siglo diecinueve, muy siglo veinte y muy siglo veintiuno.

Novo artigo de Roberto Pompeu de Toledo na Veja

O fã e o ídolo

Publicado em VEJA de 27 de março de 2019, edição nº 2627

Por Roberto Pompeu de Toledo

 

Na carta em que convidou o barão do Rio Branco para ser seu chanceler, o então presidente eleito Rodrigues Alves argumentou: “A pasta do Exterior não pode estar subordinada a influências partidárias, mas convém que seja prestigiada com um nome de valor, que inspire confiança à opinião pública, impedindo que ela se apaixone ou se desvaire”. “Pasta do Exterior”equivale no caso a “política exterior”. A visita do presidente Jair Bolsonaro a Washington esteve distante do conceito de Rodrigues Alves. Poucas vezes se viu conferência de cúpula tão partidária. Duas facções, não dois Estados, reuniram-se e, mais do que negociar, confraternizaram.

Releve-se que, nos acordos anunciados, o Brasil tenha trocado concessões concretas por meras promessas. A marca do encontro foram as manifestações de deslumbramento, raiando a sabujice, da parte brasileira. “Sempre fui um grande admirador dos Estados Unidos, e essa admiração aumentou com a chegada de Vossa Excelência à Presidência”, disse Bolsonaro, na Casa Branca. Mais adiante, quando um repórter lhe perguntou como ficaria se o Partido Democrata ganhasse a próxima eleição, respondeu que acreditava “piamente” na vitória de Trump. Nos movimentos corporais ao lado do anfitrião, o presidente brasileiro traía o embevecimento do fã diante do ídolo.

Estreitar a relação com os Estados Unidos é medida oportuna, depois das empreitadas terceiro-mundistas e bolivarianas do PT, mas não se precisava chegar a tanto. O embevecimento desceu a perigosa vassalagem quando Bolsonaro, duas vezes, ao ser confrontado a respeito, deixou no ar que o Brasil poderia acompanhar Trump numa intervenção militar na Venezuela. O modo de fazê-lo foi dizer não dizendo; argumentou que não podia revelar o combinado com Trump porque significaria revelar a “estratégia”.

A marca do encontro com Trump foi o deslumbramento da parte brasileira

Ao barão do Rio Branco é atribuído o início da aliança não escrita que, com intervalos, teria caracterizado a relação Brasil-EUA. Luís Cláudio Villafañe G. Santos, autor da recente biografia Juca Paranhos, o Barão do Rio Branco, explica que o patrono da diplomacia brasileira via nos EUA um fator de dissuasão de eventuais pretensões europeias na América do Sul. Não esquecer que, na época, as Guianas francesa e inglesa assinalavam a presença de duas potências do Velho Mundo em nossa fronteira norte. Em 1906 Rio Branco recebeu no Rio, com honras, o secretário de Estado Elihu Root, para a III Conferência Pan-Americana (foi a primeira missão de um secretário de Estado no exterior). O embaixador brasileiro em Washington, Joaquim Nabuco, instou Rio Branco a, em retribuição, visitar Washington. O barão recusou. “Não penso que tenhamos o dever de retribuir uma visita feita (…) no interesse do desenvolvimento da influência americana, e não por atenção ao Brasil”, respondeu.

O encontro na Casa Branca teve como aperitivo uma recepção na embaixada brasileira a personalidades direitistas de ambos os países. Além de Bolsonaro e ministros, marcaram presença Steve Bannon e Olavo de Carvalho. O primeiro, ex-assessor e formulador-chefe do pensamento trumpista; o segundo, guru e formulador-chefe do bolsonarismo. Esses dois são um perigo. Fazem guerra à China, restringindo-se por enquanto, mas só por enquanto, a incentivá-la no plano comercial. Ao Brasil sobraria renunciar a vendas de mais de 60 bilhões de dólares no ano passado (contra menos de 30 bilhões aos EUA) — risco de que nos salvou (por enquanto) Paulo Guedes. Disse ele a empresários que, na valsa do comércio, quer dançar com os americanos mas também com a China (“E ela dança bem”, acrescentou). Desamparado do ministro da Economia, não há garantias de que Bolsonaro resistiria a um apertão, como nas perguntas sobre a Venezuela.

Falta mencionar os filhos do presidente. Olavo de Carvalho e os filhos, um de longe, no papel do oráculo de Richmond, os outros de perto, na mesa ou no cangote do pai, constituem a faceta mais bizarra do atual governo. Olavo na véspera havia dito que não confia no governo e chamado o vice Hamilton Mourão de “imbecil”. No entanto lá estava, inteiro e festejado, na celebração direitista da embaixada. Os filhos provocaram suas próprias devastações. Eduardo, o mais novo, ao participar da reunião a portas fechadas no Salão Oval, demitiu simbolicamente o chanceler Eduardo Araújo. Carlos, o do meio, ao bandear-se para Brasília quando o pai viajou, com o fim declarado de “desenvolver linhas de produção (sic) solicitadas pelo presidente”, demitiu o general Mourão. E la nave va.

Publicado em VEJA de 27 de março de 2019, edição nº 2627